Niños migrantes, el sueño americano

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Niños migrantes, el sueño americano

Son las 12:20 medio día, el calor es insoportable es la esquina de la acera de la venta de pollo frito y diagonal al restaurante

Un respiro generador de vida
El proceso del combate en el Taekwondo
Caminando en el sendero del fustal

Son las 12:20 medio día, el calor es insoportable es la esquina de la acera de la venta de pollo frito y diagonal al restaurante de la gran letra amarilla, en San Rafael de Escazú.Frente a mí hay una familia venezolana, asumo por el rotulo que exponen

La luz del semáforo cambia a verde, el parqueo del antiguo Blue Martini es todo mío, aún sin cerrar la puerta de mi vehículo logro la primera fotografía.

Cuatro carriles nos separan de una historia que cambiará mi forma de ver la vida. Me recibe un hombre al que llamaremos “Jorge”, acompañado de su esposa y tres niños, los cuales llamaremos “André, Minor y Sara” de seis, cuatro y dos años respectivamente. La sombra del arbusto donde están sentados es todo el refugio que presenta esta familia hoy, al igual que todas sus pertenencias en tres bolsos viejos, donde los niños se acurrucan.

El sentimiento de que he sido mal agradecido con la vida me embarga y aún no me presento, aún no sé su historia. Minor aún no me cuenta que no tiene carritos para jugar y Sarita, juega con una muñeca de papel, André quiere jugar con mi cámara.

Jorge es el padre, de cinco hijos y accedió a relatarnos su historia, sin audio, sin micrófonos. Para él es complicado brindar la primera respuesta, son venezolanos y comenzaron su viaje con $3 mil dólares ahorrados en Colombia y la convicción de que con ese dinero llegarían a México, hace dos meses, buscando el sueño americano.

Vivieron y viajaron por Colombia y al salir de Panamá ya no tenían dinero. Le caracteriza lo pausado de su hablar, como si no tuviese prisa, mientras sostiene su rotulo anaranjado donde pide dinero.

―La Selva de Panamá, fue lo más duro para nosotros, lo pasamos corriendo, con los chiquillos alzados, en tres días y medio, ahí uno ve cosas de las que no quiere hablar, nunca más lo volvería a pasar. Exclamó Jorge.

En San José, alquilan un cuarto por noche con un valor ₡10,000, en la zona roja duermen los siete en un cuarto con dos camas. Mientras me narra que por dicha tienen dos camas, recapacito pensando que, la única forma de dar las gracias por tener dos camas es cuando no se ha tenido ninguna. 

Pollo Frito, papas, hamburguesas, todo alimento se guarda. En el hotel están las dos hermanas mayores, de diez y doce años, solas, a la espera que llegue la noche con comida y el dinero para un día más, todo es ganancia a la sombra de un arbusto que pronto cederá su refugio al inclemente aguacero.

La libreta de apuntes y preguntas no se logró abrir, el carácter humanitario que se requiere sobrepasa mi capacidad de leer un cuestionamiento, lo siento impropio, hasta falto de respeto.

Los niños quieren que les tome una fotografía, un detalle sencillo, Jorge asiente en silencio, le doy mi palabra de no exponer sus rostros en esta publicación. Mil dólares los separa de México, a un paso del sueño americano.

Doy la mano y me despido, respiro profundo, cruzo la calle y me encuentro con una historia de otra familia migrante más…

Periodista: Ronald Solano Jiménez

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