Entre recuerdos y sonrisas
- Una mirada humana a un hogar de ancianos.
Con la intención de conocer cómo es un día en un asilo de ancianos y vivir una experiencia que no sé si algún día deba vivir en carne propia, contacté al hogar de ancianos Nuestra señora de Lourdes en Montes de Oca. En un rincón tranquilo de la provincia de San José, se encuentra el asilo de ancianos. Al llegar me topé con un edificio rodeado de pequeños árboles y envejecido por el tiempo al igual que sus habitantes. Este alberga a un grupo de personas, que durante su vida han entretejido innumerables historias.
La fachada con verjas verdes y paredes naranjas dan un colorido indicio de cómo son sus habitantes. El tiempo parece detenerse en este lugar y el viento trae consigo aires de calidez.
A decir verdad, nunca había entrado antes en un hogar de ancianos y me emocionaba escuchar las historias de cómo una persona podía terminar allí. Al entrar, los pasillos dan un aire inevitable a los de un hospital y el personal no duda en atenderme con una sonrisa. El reloj marcaba pasadas las 10 de la mañana cuando pude visitar la primera sala. Al asomar la cabeza en la cafetería el aroma a café recién hecho inundaba no solo esta área, sino también los pasillos. Algunos cuantos adultos mayores aún degustaban su café de la mañana pese a que el desayuno usualmente se sirve muy temprano.
Historias:
Nada me emocionaba más que conocer la historia de alguno o de algunos de los adultos mayores que residían ahí. Aproveché que Don Mario aún degustaba su café y que se mostraba curioso ante mi visita para sentarme a su lado y conversar mientras terminaba su merienda de media mañana.
Don Mario mostraba una cara amable, evidentemente envejecida por el paso del tiempo. Sus manos se veían deterioradas y no solo por el pasar de los años. Me contó que tiene 82 años y 7 de vivir en el asilo de ancianos. Cuando era joven, trabajaba con su padre en construcción. A los 20 años creó una pequeña empresa de construcción en donde trabajó toda su vida.
Don Mario se mostraba muy alegre de compartir su historia, entre risas, me contó sobre su esposa y sus hijos. Doña Marta, que falleció hace 5 años, y don Mario tuvieron 3 hijos. José, Abraham y Nicolás, que lo vienen a visitar cada vez que pueden. Me alegré al escuchar que sus hijos lo visitan y siempre están pendientes de él.
La diversidad de personalidades y experiencias se manifestaban en cada rincón de la cafetería. Don Manuel, pasaba la mañana sentado junto a la ventana, contemplando el cielo con ojos llenos de paz. La señora Carmen, quien una vez fue maestra, degustaba un café mientras hablaba de los resultados de la lotería con doña Inés.
Al estar ahí no pude evitar pensar en mis abuelos y cuántas historias me contaban cada vez que los visitaba. Casi siempre eran las mismas, pero las escuchaba como si fuera la primera vez que las oía. Me invadió una sensación de hogar al ver a las pocas personas que seguían en la cafetería.
Antes del almuerzo, pasadas las 11 de la mañana, di un pequeño recorrido por los pasillos. Algunas de las habitaciones estaban entreabiertas y observé a algunos adultos mayores conectados a sueros intravenosos en sus camas. En la mayoría de habitaciones el tema principal de decoración era la iconografía católica. Desde santos hasta crucifijos y rosarios colgados en las camas y paredes.
Sin duda alguna, los cuidadores, con vocación, se convierten en confidentes de los residentes. Al fin al cabo se vuelven su familia. La mayoría de los rostros de los cuidadores que vi en las diferentes salas se mostraban satisfechos y felices, sin embargo, había quienes ya a esta hora se notaban cansados. El personal no solo provee asistencia física, sino también emocional, crean un hogar pese a tener las responsabilidades del suyo.
A las 12 pm, vuelvo para ver cómo el comedor se llena de vida y sabor. El menú del día es preparado teniendo en cuenta las preferencias y necesidades de cada residente. Las mesas se convirtieron en espacios de reunión, donde algunos de los residentes comen lentamente sus alimentos sin necesidad de asistencia y otros son ayudados por sus cuidadores. Algunos se rehúsan a comer sus alimentos, cansados y testarudos le dan batallas a su cuidador de turno.
Después del almuerzo, pasadas las 2 de la tarde, antes de terminar mi visita, hablé con Jimena, una de las cuidadoras gracias a la que fue posible mi visita. Me expresó que muchos de los adultos mayores que residen ahí no reciben visitas, estos se deprimen. Otros tienen enfermedades como la demencia y a veces es difícil tratarlos, pero que cuando se hace con amor, la tarea sale. También que otros, como don Mario, tienen la suerte de tener familias amorosas y preocupadas que se esmeran en visitarlos y cubrir no solo las necesidades de su familiar, sino que tratan de ayudar en lo que pueden al asilo, ya que saben que no todos los habitantes tienen la misma suerte de contar con una familia que se preocupa por ellos.
Realmente conectar con este lugar me trajo recuerdos y una sensación sobrecogedora. Cuántas historias, cuánto dolor, amor, angustia y sentimientos tan contrarios se pueden encontrar en este lugar. Dejé el asilo de ancianos a las 3 de la tarde, queriendo volver, queriendo escuchar más historias de las decenas de personas especiales que viven y trabajan en este rincón de la ciudad.
Periodista: Andrea Montero.